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jueves, junio 2

LA TERRONA.


La Terrona 
La Encina más grande del mundo.
Zarza de Montánchez (Cáceres).

La encina La Terrona es uno de esos monumentos naturales capaz de competir con la más bella y grandiosa de las construcciones realizadas por la mano del hombre. Con una gran diferencia, el arquitecto de este árbol singular ha sido la naturaleza y el tiempo. Se calcula que su edad es de 800 años. Símbolo de Extremadura y de la comarca de Montánchez y Tamuja, puede considerarse el mayor ejemplar de esta especie de España. El árbol está situado en la finca La Dehesa, del término municipal de Zarza de Montánchez (Cáceres).
de la grandiosidad de su porte deriva su importancia y vistosidad, ya que las dimensiones son espectaculares:
Tiene una altura total 16,6 metros, un perímetro del tronco de 7,8 metros, un diámetro máximo de copa de 30 metros y una altura de 17 metros.
Está declarada como Árbol Singular de Extremadura.
 
Algo de historia de la Terrona.

Si el Romanejo ( Roble) es el rey de los rebollos de las zonas serranas, la Terrona es la indiscutible reina de las encinas de nuestras dehesas. Su reinado en este caso es absoluto, ninguna otra encina pone en duda su supremacía y todas aquellas que han osado aproximarse se encuentran ahora en franco deterioro como las colosales encinas pacenses del Rañal o el Romo, o incluso muertas como La Marquesa. Su propio nombre hace referencia a ello, ya que en la comarca antiguamente se denominaba Terrona a las encinas más grandes de lo habitual. Hoy sólo se utiliza ese nombre para ella y siempre en mayúscula (ese es respeto que se le tiene a la soberana).

Esta superioridad tiene su base en la portentosa capacidad física de este ejemplar, que pese a los achaques propios de su avanzada edad (podríamos decir, utilizando un símil, que tiene osteoporosis), muestra una respuesta fisiológica propia de encinas maduras en su máximo esplendor. Pensemos que cuando brotó la bellota que daría lugar a nuestra protagonista en el cercano castillo de Montánchez gobernaban los almohades, que el “bestseller” de su juventud era el Amadis de Gaula y que su máximo esplendor lo debió alcanzar antes de que Darwin publicara El Origen de las Especies. Imaginemos todas las situaciones de riesgo a las que ha estado expuesta desde que era una plántula de unos 5 cm de altura hasta que ha llegado al coloso actual de 17 m de altura, 30 m de diámetro de copa y casi 8 m de perímetro de tronco.


Lógicamente el factor suerte ha jugado a su favor al crecer sobre un venero que baja de la sierra, los rayos y tormentas la respetaron, al contrario que a su vecina La Gobernadora que cayó fulminada a principios del siglo XX (y según cuentan era digno rival de la Terrona). Pero en este caso, sobre todo, han sido generaciones y generaciones de propietarios los que casi sin excepción han contribuido con su respeto al mantenimiento de este árbol, casi siempre bien tratado por el hacha. Esto lo sabe muy bien Alonso, su actual propietario. Sabe que es muy ingenuo considerarse propietario de un ser de 800 años que le va a sobrevivir otros muchos, sabe que La Terrona es de todos los que la aman y en ese saber se ha convertido en el auténtico guardián del árbol. Todo amabilidad, pero ¡ay de aquel que ose subirse a La Terrona! Se siente orgulloso de ver a gente de otros países que se acercan a Zarza de Montánchez a conocer a La Terrona y le gusta hablar con los visitantes que entran en su finca a visitar el árbol con respeto. Recuerdo que cuando Correos presentó un sello con la imagen de La Terrona en el pueblo, Alonso, como si de la boda se su hija se tratara, mató dos de sus cerdos y puso vino y su extraordinario pan para todo el pueblo, en lo que él convirtió en una auténtica fiesta, que ensombreció al acto oficial organizado por unas autoridades que se subieron al carro en el último momento y no supieron estar a la altura. Aquí radica el secreto de La Terrona.
Este algo de historia...está  extraído del  blog Desde el torreón.

En 1997 un temporal dañó la encina y puso en peligro su existencia. Los técnicos de medio ambiente le colocaron 15 muletas de acero de color negro para sostener el tronco y las ramas principales. El resultado llama la atención y da qué pensar. Le añade singularidad pero, tal vez, la vida da lo que da, incluso para una encina. Algunos piensan que mejor hubiera sido dejarla cumplir su ciclo vital.
Cuentan los lugareños que su tronco, prácticamente hueco, sirvió durante siglos de refugio a zorros, liebres y jabalíes.
En fin, su longevidad produce una sensación de respeto. Será, quizá, por la necesidad que tenemos de sentir cerca las cosas perdurables, pues no dejan de representar una esperanza; o será simplemente por su belleza. Rabindranath Tagore dijo aquello de: “convertir un árbol en leña y podrá arder para vosotros; pero ya no producirá flores ni frutos”.










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