Un día de playa.
Hoy hace un calor que podría derretir...las palabras.
Mi cuerpo está gritando que le dé una solución y... se la voy a dar.
¡Me voy a la playa!
Como tengo problemas en la planta de los pies y las playas de mi pueblo son pedregosas...me voy a una playa de arena donde mis pies no sufran demasiado.
Clavo mi sombrilla ya un poco ajada en la arena, y...tengo suerte hoy no hay demasiadas toallas ocupando arena. Tiendo mi toalla y casi sin tiempo para respirar...siento como el agua me llama casi con ansiedad y uno que es educado no puede rechazar una invitación tan deliciosa, una invitación que va a calmar mi respiración agitada, mi sudoroso cuerpo y mis ganas de emular a peces y seres que ya me preceden en las aguas del Mediterráneo, este mar deliciosamente agradable. Es de muy mala educación no atender esa clase de llamada.
Cuando entro en el agua el placer...me llena, por momentos siento como el sol desvanece en intensidad sobre mi piel. Me gusta el sol, sin él la vida no tendría sentido. Hay un recuerdo que a veces me gusta que vuelva a mi mente. Durante un tiempo una voz de mujer me llamaba “Mi Sol” y...me encantaba escucharlo de sus labios pero...hoy lo que escucho es esa voz que me llama que me apremia, que me reclama...
De vez en cuando con este calor...Hay que renunciar al sol y correr a la llamada del mar.
Abrazo las aguas y tendido boca arriba...siento que el cuerpo, el corazón y la conciencia están en paz con el mundo. Me llena la plenitud, la paz y el placer que me da el mar.